El análisis de los datos evidencia el impacto estructural de la pobreza y la vulneración del derecho a la vivienda, especialmente en familias con niños y personas migrantes.
En 2024, Cáritas Diocesana de Sant Feliu de Llobregat ha acompañado a 5.431 hogares y a más de 13.000 personas. Estas cifras, más allá de su valor cuantitativo, reflejan una realidad social marcada por la precariedad, pero también por la esperanza. La esperanza de quien se acerca a pedir ayuda y el compromiso de Cáritas y de la Iglesia de estar al lado de quienes más lo necesitan.
Una pobreza estructural que no remite
El análisis de los datos muestra una pobreza estructural que afecta especialmente a las familias con hijos. Casi la mitad de los hogares atendidos tienen menores a cargo y un 31 % de las personas acompañadas son menores de edad. Muchos de estos hogares son monoparentales, con dificultades añadidas para llegar a fin de mes.
Otro aspecto relevante es que el 21 % de las personas atendidas se encuentran en situación administrativa irregular, una realidad que limita severamente el acceso a derechos y recursos, y que pone en evidencia las barreras legales que enfrenta la población migrante.
Emergencia habitacional: el derecho a la vivienda, vulnerado
Uno de los indicadores más relevantes es el de la vivienda: el 44 % de las personas atendidas por Cáritas no dispone de una vivienda digna o vive en situación de inseguridad residencial. El número de personas que viven en habitaciones de realquiler ha pasado del 12 % al 19 % en solo un año, y a menudo esto implica hacinamiento, inestabilidad y falta de privacidad.
La vivienda ha dejado de ser un derecho garantizado y se ha convertido en un bien inaccesible. Esta situación vulnera derechos fundamentales como la salud, la educación o la seguridad, y pone de manifiesto una emergencia latente que amenaza a miles de hogares.
Una sociedad a dos velocidades
El contexto de Cataluña confirma esta tendencia. Según el Observatorio de la Realidad Social de Cáritas Cataluña y el estudio Foessa, la desigualdad no solo persiste, sino que aumenta. Desde la crisis de 2008, el 25 % más pobre no ha recuperado su nivel económico, a diferencia del 10 % más rico, que ya lo ha superado con creces. Nos encontramos ante una sociedad cada vez más polarizada.
A pesar de ello, las prestaciones sociales siguen siendo insuficientes y mal dirigidas. En España, solo el 12 % de las ayudas se destinan al 20 % más pobre, mientras que en países como Suecia esta cifra alcanza el 40 %. Esto demuestra una falta de voluntad estructural para revertir la desigualdad.
La población migrante, doblemente excluida
Las personas migrantes se enfrentan a barreras legales y sociales que agravan su vulnerabilidad. Según el indicador AROPE, el riesgo de pobreza o exclusión social es 2,43 veces superior en la población con nacionalidad extranjera. Esto se explica por la dificultad para empadronarse, la situación administrativa irregular o la precariedad laboral y residencial.
Una nueva pobreza: trabajar no garantiza vivir dignamente
El 33 % de las personas atendidas han acudido a Cáritas por primera vez en 2024. Esto demuestra que la pobreza no es exclusiva de un colectivo cronificado. Se extiende y afecta a nuevos perfiles: familias con empleo pero con salarios insuficientes, jóvenes sin opciones de emancipación, personas que se han quedado sin red de apoyo.
Una respuesta transformadora
Ante esta realidad, la respuesta de Cáritas es clara: acoger, acompañar y transformar. No se trata solo de cubrir necesidades inmediatas, sino de reforzar vínculos, escuchar y empoderar para que las personas puedan retomar el control de sus vidas. Nuestro compromiso no es asistencialista, sino transformador.
Desde la mirada cristiana, la dignidad de la persona es innegociable. Jesús se hizo cercano a los más vulnerables. Hoy, esa cercanía se traduce en la acción concreta de una comunidad que quiere ser voz profética ante las injusticias y que no acepta que la exclusión sea una condena inevitable.
Un llamado a la responsabilidad compartida
Este informe no es solo una fotografía de la realidad. Es un llamado a la responsabilidad compartida. Porque los datos nos interpelan. Y porque mientras haya personas, hay esperanza.